"¿Los británicos todavía consideran a Queen dioses?" un fanático de Estados Unidos le preguntó a su amigo ingles. Y como. Cuando Mercury murió en noviembre de 1991, víctima del SIDA, el pub del barrio tocó "Bohemian Rhapsody" como si nada más importaba, una y otra vez; excepto cuando uno insistió en poner la pieza de los Smiths, "The Queen Is Dead" (La Reina ha Muerto).
Queen eran de verdad tratados como Dioses. Con su insignia, ellos eran unos de los últimos representantes de la filosofía "Rule Britannia". A pesar de que los Estados Unidos se les escapó después que salió Wham!, Queen se mantuvo gigante en todo el resto del mundo. Era imposible imaginarse a Freddy lejos de sus queridos estadios, guiando a suramericanos, africanos y japoneses en perfectas rendiciones de "We Are The Champions".
La banda nunca se disculpó por su ambición. Fue el premio por tanto el sudor como el extraño casamiento de Freddy Mercury con el guitarrista Brian May. Mercury era un entusiasta de Gilbert and Sullivan que vivía en la India después de Raj antes de mudarse al suburbio ingles de Middlesex. May era bueno con las manos, construyendo su guitarra de los desechos de una vieja chimenea y manteniendo siempre un ojo en las estrellas, dejando su último trabajo de universidad sobre el polvo del espacio para formar Queen. Se conocieron en 1969 pero sin darse cuenta habían crecido a solo calles de cada uno.
El dúo combinó innovación e imperialismo de igual manera. Se rehusaron a tocar en vivo hasta que estuvieron firmados por una empresa discográfica. Su debut titulado "Queen" de 1973 fue grabado usando el tiempo de estudio de David Bowie que este desechaba. Cuando un tour de los Estados Unidos fue cancelado por la hepatitis de May, la banda volvió al estudio para grabar el álbum que los llevó al éxito: "Sheer Heart Attack". "Bohemian Rhapsody", de su próximo esfuerzo, "A Night At The Opera" fue intencionalmente gigantesco: un opus de seis minutos tan pasado que la cinta del vocalista de fondo se había quedado virtualmente transparente en el estudio, tan imposible de tocar en vivo que Queen hizo un video para promocionarlo y tan dramático que sus últimas notas todavía pueden parar los pelos del cuello.
El metal pesado no pudo aguantar su bofetada en la cara del buen gusto, por lo cual "Stairway to Heaven" es todavía líder en las listas de las mejores canciones de todos los tiempos y Queen eventualmente se cayó de la atención de los Estados Unidos. El siguiente álbum, "A Day At The Races", aprovechó del éxito de "Rhapsody" y "A Night At The Opera", mientras Queen calladamente se hizo la reputación de ser excesivos en sus promociones y escenarios.
El bajista John Deacon y el baterista Roger Taylor llegaron a su apogeo después de darle la espalda a piezas épicas como "Somebody to Love" por pop de tres minutos. El número uno de Estados Unidos "Another One Bites The Dust" tuvo a Deacon haciendo una excelente línea de bajo para crear una inolvidable pieza de disco blanco. Haría lo mismo por "Under Pressure" sacándole soul a Bowie y dándole "ice" a Vanilla.
El arte de Taylor era más apropiado para la Inglaterra de Thatcher. En los años 80' su "Radio Ga Ga" se lamentó de la pérdida de los viejos valores en la era del video, sin miedo acompañado de una recreación de "Metropolis" de Fritz Kang en una de las más trabajadas de la historia. Pero mientras Queen se alejó de Little Seven con su concurrida presentación en Sun City, alocaron una audiencia global en Live Aid de 1985. "Fue el mejor escenario para Freddy: el mundo entero", dijo Bob Geldof.
Queen se adueño de ese tipo de onda en los éxitos de "A Kind of Magic" de 1986, y llegaron a lo máximo de su carrera con enormes presentaciones en Knebworth de Inglaterra. Para entonces, la enfermedad de Mercury había llegado, pero su moralidad inspiró a Mercury para llegar a más alturas. "Innuendo" y su álbum acompañante llegaron a esas alturas de ostentación (guitarras de gitanos, canciones para los gatos de Freddy, tributos a Noel Coward) pero era difícil no escuchar "The Show Must Go On" (El Show Debe Continuar) de May y no sentir el cuello una vez más con los pelos de punta.
Cuando Jimi Hendrix murió, un joven Freddy Mercury cerró su mercado en respeto. Cuando murió Mercury, el mundo que alumbró continuó rotando. En algún lado de Inglaterra, ese mismo pub todavía toca Queen. Y en algún lado un fanático observa una vez más canciones como "Who Wants To Live Forever" y se pregunta si Queen siempre supo que algo tan grande tenía que terminar así (conmemorado en imágenes de la película "Wayne's World"). Después de todo, lo importante es que en realidad no importa. Solamente el pretender que no lo es.
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